Relaciones peligrosas
(Reflexiones en torno a la obra de W. Shakespeare: El rey Lear )
por Lic. Rosa Mary Marrone
por Lic. Rosa Mary Marrone
“Tengo causas de más para llorar,
pero este corazón ha de romperse,
antes que llore, en cien mil pedazos.
¡Oh, loco! Me enloquezco”
W. Shakespeare, El rey Lear.
Sigue pareciendo actual la tragedia de El rey Lear. Ahora como entonces -en el momento de su escritura-, continúan desplegándose a través del tiempo las dificultades para discernir entre el amor verdadero y el falso; para enfrentar la seducción por el poder y el horror a la vejez y a la impotencia; para desbordar la razón con la locura ante lo insoportable del dolor.
Héroe trágico dominado por el delirio en soledad, pese a la compañía fraterna de quienes no reconoce, Lear nunca llega a la sensatez. Aparecen destellos de comprensión de su situación llenos de venganza o de dolor, pero nunca asume su responsabilidad ante los errores cometidos. Deberá admitir el desvío de la locura.La insistencia en engendrar imprudencias no le permite atender las advertencias de la buena gente que lo rodea, es así que sus acciones van erigiendo un camino sin retorno, sostenido en el puro capricho.
Afianzándose en el disfrute que le provee la omnipotencia real, desea despojarse de las cargas del poder y del estado y sacudir las preocupaciones que abruman su edad, para confiarlos a fuerzas más jóvenes.
Pero su decisión dependerá de la respuesta a una pregunta ancestral por el amor: ¿quién me ama más?
Interpela de modo mayestático a sus tres hijas: “¿cuál de vosotras tres nos ama más?”. Lear sólo quiere ser amado, incluso a condición de ser engañado.Queda atrapado en las redes de la simulación y la lisonja de las palabras vacías de sus crueles e insaciables hijas, Gonerilda y Regania.
Descree del “amor que pesa más que las palabras” que Cordelia le provee con su sabia reflexión: “Ama y cállate”. No puede aceptar que lo amen sin demostraciones de palabras de amor.
Dominado por la cólera ante su silencio pudoroso, Lear se siente traicionado por su hija menor. “Era la que quería más. Pensé confiar a sus tiernos cuidados mi vejez”.
Lear cree que está hecho para ser amado, por eso confía en las dos hijas que juran amarlo, así él podrá disfrutar de la vida en libertad, de las fiestas, de las bromas.
Pero su decisión dependerá de la respuesta a una pregunta ancestral por el amor: ¿quién me ama más?
Interpela de modo mayestático a sus tres hijas: “¿cuál de vosotras tres nos ama más?”. Lear sólo quiere ser amado, incluso a condición de ser engañado.Queda atrapado en las redes de la simulación y la lisonja de las palabras vacías de sus crueles e insaciables hijas, Gonerilda y Regania.
Descree del “amor que pesa más que las palabras” que Cordelia le provee con su sabia reflexión: “Ama y cállate”. No puede aceptar que lo amen sin demostraciones de palabras de amor.
Dominado por la cólera ante su silencio pudoroso, Lear se siente traicionado por su hija menor. “Era la que quería más. Pensé confiar a sus tiernos cuidados mi vejez”.
Lear cree que está hecho para ser amado, por eso confía en las dos hijas que juran amarlo, así él podrá disfrutar de la vida en libertad, de las fiestas, de las bromas.
“Ese viejo cretino”, ironiza Lacan, no comprende que con su acto se movilizan los destinos de quienes se devoran entre sí, condenados a la desgracia sin remisión.Como castigo por no transigir en los halagos fáciles, Lear despoja a Cordelia de sus derechos sobre las tierras y abdica de todo parentesco de sangre, desterrándola de su reino.
Es un acto cruel y despótico, pleno de poder absoluto. Pero a la vez es un acto de destrucción de los lazos de parentesco, como si éstos dependieran de su mera voluntad. Despecho y dolor de un padre que puede llegar a comerse a sus propios hijos, atrapa a este héroe desorientado en el momento de torsión de su historia.
Kent, su fiel servidor, a quien también expulsa por defender la honradez de su hija menor y denunciar la lisonja hipócrita de las dos mayores, se despide con profundo dolor del rey reprochándole que la libertad quede fuera del reino, y el exilio, dentro.Es Kent quien ubica la dimensión de Lear: santo patrono, rey, señor y padre, condensados con devoción en su persona.
Es un acto cruel y despótico, pleno de poder absoluto. Pero a la vez es un acto de destrucción de los lazos de parentesco, como si éstos dependieran de su mera voluntad. Despecho y dolor de un padre que puede llegar a comerse a sus propios hijos, atrapa a este héroe desorientado en el momento de torsión de su historia.
Kent, su fiel servidor, a quien también expulsa por defender la honradez de su hija menor y denunciar la lisonja hipócrita de las dos mayores, se despide con profundo dolor del rey reprochándole que la libertad quede fuera del reino, y el exilio, dentro.Es Kent quien ubica la dimensión de Lear: santo patrono, rey, señor y padre, condensados con devoción en su persona.
Pero sólo Cordelia pone límites a la potestad edípica de su padre, sosteniendo que no todo su amor es para el padre; “aquel señor cuya mano tomara mi promesa se llevará la mitad de mi amor, de mis deberes y de mis cuidados”. Una hija indoblegable en su amor, sabe, no obstante, develar la impotencia, la imposibilidad de tenerlo todo.
Será “no-todo”, incluso tratándose del rey.
“De la nada, nada se obtiene”, sentencia Lear a Cordelia. Del mismo modo, Shakespeare nos muestra que transitando el sendero de los halagos fáciles y las elecciones equivocadas en el ejercicio del poder y de los sentimientos, sólo deviene la soledad y la desgracia a expensas de la maldad que se ha contribuido a entronizar.Serán las dos hijas, empalagadas de poder omnímodo cedido por su padre, quienes decidan producir el quiebre del linaje, la ruptura del orden generacional, el rechazo del pacto de honor y la fidelidad que su padre les ha ofrecido.
Perdidos los atributos de su majestuoso poder, se produce un cambio en la posición subjetiva de Lear, quizás como resultado de la infamia de sus dos hijas, quizás como desamarrado de su propia identidad, sostenida solamente en esos atributos reales. Anciano e inútil, sin lugar, sin ropajes ni séquito ni ejército, impotente para detener las guerras desatadas por sus hijas, Lear se preguntará vanamente “¿quién soy?”.
Será “no-todo”, incluso tratándose del rey.
“De la nada, nada se obtiene”, sentencia Lear a Cordelia. Del mismo modo, Shakespeare nos muestra que transitando el sendero de los halagos fáciles y las elecciones equivocadas en el ejercicio del poder y de los sentimientos, sólo deviene la soledad y la desgracia a expensas de la maldad que se ha contribuido a entronizar.Serán las dos hijas, empalagadas de poder omnímodo cedido por su padre, quienes decidan producir el quiebre del linaje, la ruptura del orden generacional, el rechazo del pacto de honor y la fidelidad que su padre les ha ofrecido.
Perdidos los atributos de su majestuoso poder, se produce un cambio en la posición subjetiva de Lear, quizás como resultado de la infamia de sus dos hijas, quizás como desamarrado de su propia identidad, sostenida solamente en esos atributos reales. Anciano e inútil, sin lugar, sin ropajes ni séquito ni ejército, impotente para detener las guerras desatadas por sus hijas, Lear se preguntará vanamente “¿quién soy?”.
Se nos presenta una época caótica en que el amor se enfría, la amistad se pierde, los hermanos se dividen, los hijos contra el padre, el padre contra el hijo, intriga, falsedad, traición, desórdenes consuman el destino trazado de destierro y muerte para el rey. La ingratitud filial aparece como una irrupción en su conciencia -que será prontamente expulsada de ella-; sin embargo, no rechazará a sus hijas por concebirlas ajenas a su propio ser, sino por horror frente a su maldad que no se detiene ante el honor y el orden.El padre le dirá a una de sus crueles hijas:
“No nos veremos más, pero, con todo, tú eres mi sangre, mi carne, mi hija; o una enfermedad que está en mi carne, a la que necesito llamar mía: tú eres un absceso, una úlcera, un carbunclo en mi sangre corrompida”
“No nos veremos más, pero, con todo, tú eres mi sangre, mi carne, mi hija; o una enfermedad que está en mi carne, a la que necesito llamar mía: tú eres un absceso, una úlcera, un carbunclo en mi sangre corrompida”
Para comprender la naturaleza humana y el por qué de la crueldad, pregunta a los mendigos que penan en las tierras de su reino, si también han sido traicionados por sus hijas, en el momento en que se ha despojado de las ideas de su clase y desatendiendo las razones jerárquicas que ya no posee.
Incapaz de soportar tanto dolor, el rey empieza a perder el juicio. Junto a Cordelia va rumbo a la prisión donde les espera la muerte, soñando que cantarán como pájaros enjaulados, él le pedirá perdón y se reirán de los mariposones de la corte.
Incapaz de soportar tanto dolor, el rey empieza a perder el juicio. Junto a Cordelia va rumbo a la prisión donde les espera la muerte, soñando que cantarán como pájaros enjaulados, él le pedirá perdón y se reirán de los mariposones de la corte.
“¿Quién me puede decir quién soy?”, extraviado, clama el rey.“La sombra de Lear”, contestará el bufón.
La sombra del rey, como un alma perdida en los páramos que bordean el reino, vaga protegida por su locura.
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