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Edgar Alan Poe |
Adicto al
opio, al láudano y al alcohol, fue este último el que le sirvió profundamente
para evadir la realidad de lo que él sentía como una tragedia a la que
pretendía conjurar con dosis extravagantes. Baudelaire decía que Poe “no bebía
como un ansioso sino como un bárbaro”. El nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), el llamado príncipe de las letras
castellanas, pensaba que algunas de las visiones oníricas de Poe pueden ser
atribuidas al uso de altas dosis de alcohol.
“De allí su
excesivo soñar (dice Rubén); mas los sueños eran en él una disposición natural
e innata: vivía soñando. Así pudo escribir en "Berenice": "Las
realidades del mundo me afectaban como visiones, y como visiones solamente, en
tanto que las locas ideas del país de los sueños llegaban a ser, en cambio, no
la materia de mi existencia de todos los días, sino en verdad mi única y entera
existencia."

Y el propio
Rubén se extiende en explicaciones: “El sueño llega a presentarse estando el
poeta despierto, pero después de alguna crisis etílica. Tal lo que narra, en
cierta ocasión, el editor de una revista de ese tiempo, Mr. John Sartain:
"... Después del té, como ya era de noche, se preparaba a salir, para ir,
decía, a Schuijilkill. Le dije que con gusto le acompañaría y no hizo objeción
alguna. Me habló de su deseo de que después de su muerte cuidase de que su retrato
hecho por Osgood se lo diesen a su madre (Mrs. Clemm). Durante este inquietante
y peligroso paseo en las tinieblas, sobre los bordes del alto estanque de
Fairmount, se puso a hablar de visiones en una prisión: una joven, toda radiosa
por sí misma, o por la atmósfera que la envolvía, le dirigía la palabra de lo
alto de una torre de piedra almenada... En fin, después de haber dormido,
recobró poco a poco conciencia y reconoció la ilusión de esas pesadillas."
Por su
parte, los personajes de Poe viven entre el terror, el ensueño y la muerte de
las formas más terribles. “En "Ligeia" un personaje dice: "En la
exaltación de mis sueños de opio (pues yo estaba de ordinario sometido a la
tiranía de ese veneno) pronunciaba su nombre en voz alta durante el silencio de
las noches, o de día, en los refugios abrigados de los valles, como si, por la
salvaje vehemencia, por la solemne pasión, por el devorante ardor de mi amor
por la difunta, pudiese traerla al sendero que ella había abandonado —¡ah!
¿era, pues, para siempre?— sobre la tierra."
Rubén se
pregunta si no era de su autor el sueño perpetuo de Arthur Gordon Pym:
"Toda suerte de calamidades y de horrores me asaltaron. Entre otras
atrocidades, me ahogaba hasta morir bajo enormes almohadas amontonadas por demonios
del aspecto más horrible y más feroz. Inmensas serpientes me apretaban en sus
enlazamientos y me miraban fijamente en pleno rostro con sus ojos horriblemente
chispeantes. Después, desiertos ilimitados, cuya extrema soledad inspiraba el
más punzante terror, se extendían hasta perderse de vista ante mí. Gigantescos
troncos de árboles grisáceos y desnudos perfilaban sus columnatas infinitas tan
lejos cuanto el ojo podía alcanzar; sus raíces se ocultaban bajo vastas charcas
cuyas tristes aguas pasaban, inertes, terribles en su negrura intensa, y esos
árboles extraños parecían dotados de una vitalidad humana, agitaban aquí y allá
sus brazos de esqueletos y gritaban gracias a las aguas silenciosas en agrios
acentos penetrantes de la más áspera agonía, de la más intensa
desesperación."
"Mr.
Valdemar" es otra pesadilla –dice Rubén Darío. “Es uno de esos escritos
que los nerviosos no deben leer nunca de noche”. Igual estremecimiento provocan
otros pasajes en "Entierro prematuro", "El pozo y el
péndulo", "La máscara de la muerte roja". Aquí remarca RD:
"El personaje era grande y descarnado, envuelto de la cabeza a los pies en
los vestidos de la tumba. La máscara que ocultaba el rostro representaba tan
bien la fisonomía de un cadáver rígido, que la observación más atenta hubiera
difícilmente descubierto el artificio. Todo eso hubiera sido, sin embargo,
tolerado, sino aprobado por esos alegres locos. Pero la máscara había llegado
hasta adoptar el tipo de la Muerte Roja. Su vestido estaba untado de 'sangre',
y su ancha frente, así como todos los rasgos de su cara estaban manchados de
ese horror escarlata."
Y menciona a
"El tonel del amontillado", "El demonio de la perversidad",
"El corazón delator". El propio Poe explica: "pues el misterio
es el mejor resorte del terror", "pues el horror es tanto más
horrible a medida que es más vago, y el terror más terrible a medida que es más
ambiguo". Lo más increíble, señalan sus críticos, es que un ser solitario
y amargado, en las peores condiciones materiales, utilizara sus propias
pesadillas, sus más oscuros temores, las supersticiones, el horror y el crimen
para realizar obras “de tan imperecedera belleza”.
Roberto Brey
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