miércoles, 10 de octubre de 2012

“Silencio por sangre”: la investigación sobre Papel Prensa

“¡Firmá o te mato!”

La contundente expresión con que empieza el libro “Silencio por sangre”, de los periodistas Daniel Cecchini y Jorge Mancinelli, es elocuente y refleja su estilo y contenido. Tanto, que le hace decir a otro periodista, Eduardo Anguita, en el prólogo: “es, sin duda, un thriller. Tiene la tensión del relato de hechos reales que reclamaba Rodolfo Walsh y, además, cada frase contiene un dato y cada párrafo un concepto. Lo dramático es que, como otras grandes investigaciones periodísticas, nos pone de cara a la impunidad y la voracidad de los grupos de poder económico cuando están asociados con las peores formas de autoritarismo político.”

El libro, que fue publicado por editorial Miradas al Sur hace dos años y que cobra mayor actualidad ahora que el Grupo Clarín debe adecuarse a la ley de medios, relata cómo la empresa Papel Prensa, creada en la década del ’60 como una alternativa para contar con papel de diario fabricado en el país, se transformó en el preciado botín que permitió un acuerdo cuasi mafioso entre la dictadura militar de 1976 y tres grandes diarios argentinos.

“Silencio por sangre” cuenta los entretelones de la empresa, de qué manera las acciones pasaron por las manos de Civita, Graiver y más de 300 accionistas después, para quedar en poder de Clarín, La Nación y el gobierno de Videla en 1977, y convertirse hasta ahora en el arma estratégica que permitió avanzar y consolidarse a los dos grandes diarios argentinos, destruyendo o neutralizando competidores y dominando en forma total el mercado editorial.

Pero nada mejor que el lector mismo pueda evaluar el estilo y las características de esta investigación, que no fue sencillo realizar hasta hoy (aunque existen valiosos antecedentes parciales), cuando se cuenta con nuevos testimonios, documentos que salen de sus escondites y una acción judicial que parece avanzar sin pausa en el camino hacia la verdad. Por eso es interesante conocer cómo son los primeros párrafos de la obra...

“¡Firmá o te mato!”

La mujer –joven, recientemente viuda, madre de una niña pequeña- sabía que no acababa de escuchar una amenaza vana. Corría marzo de 1977 y allí donde estaba, la gente moría, la mataban. Lo había visto. Lo había escuchado a través de las paredes. A ella también podía pasarle si no firmaba los malditos papeles. Y si los firmaba, quizá también. Podían ejecutarla, o torturarla hasta la muerte. Su propio cuerpo le gritaba que no faltaba mucho, que tal vez no resistiera la próxima sesión de picana, de submarino, de lo que el capricho de los señores de la vida y de la muerte decidiera.

“¡Firmá, impura, o te mato!”

Allí no tenía otro nombre. Desde la misma noche de su secuestro la habían empezado a llamar así: “La impura”. Se había casado con un judío, y eso no se lo perdonaban. Era psicóloga, una profesión subversiva, y eso tampoco ayudaba. Le peguntaban por personas, lugares, encuentros y otras cosas, y ella casi nunca sabía las respuestas. Pero no estaba allí por eso. Lo que querían era otra cosa: que firmara la sesión de las acciones de la empresa productora de papel de diarios que había sido de su marido y que, tras la muerte de éste en un accidente aéreo, les pertenecían a ella y a su hija. Por eso también estaban secuestrados, desaparecidos para todos, su suegra, su suegro y otros miembros de su familia.

“¡Firmá, carajo, firmá o te mato!”

Devuelta a la oscuridad de su celda de Puerto vasco, la frase seguía retumbando en los oídos de Lidia Papaleo de Graiver. Sabía que estaba al límite de sus fuerzas: tenía los pechos y el abdomen destruidos por las torturas; los golpes en la cabeza la tenían en un permanente estado de confusión. Lo que más la desesperaba era no saber dónde ni con quiénes estaba maría Sol, su hija de un año.
(…)

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